DETRÁS DE

EVA Y ELENA: Cambio de sitio y servilletas

Eva y Elena se conocieron en un aula de diseño gráfico a finales de 2007. Una carambola del destino (una alumna que no veía bien la pizarra) hizo que acabaran compartiendo la primera fila codo con codo. Eva recuerda de Elena lo aplicada que era y una práctica de Photoshop en la que había que redecorar un salón que le salió redonda (“es que soy interiorista”, dijo). Elena recuerda de Eva lo bien que se le daba la plumilla.

Dos años y 3 días después, cuando la crisis ya hacía estragos, se citaron en un VIPS compartiendo un sandwich Club y unas tortitas. Eva andaba ya abducida por el emprendimiento. Elena buscaba trabajo. 4 garabatos en una servilleta, una larga charla, una pasión conjunta (el diseño interior) y un proyecto de estudio propio en ciernes que se acabaría llamando INTERIA. “No puedo hacerlo todo sola”. “Me encantará ayudarte mientras encuentro algo”. El match perfecto. Y hasta hoy.

Entre los comienzos en un sótano, las mesitas de Lavapiés, la 6ª planta de la calle Fuencarral (qué buenos recuerdos) y el pequeño pero cuco local a pie de calle pasaron casi 12 años, que se dice pronto. Desde cero. ¡Y sin padrinos! 

Primeros años sin ver un duro, coworking, networking, reinversión, cambios, prueba-error prueba-error, carros y colas en IKEA, pocas discusiones, muchas risas y alguna lágrima, regañinas de familia, confidencias, fines de semana a destajo… Las malas lenguas dicen que alguna vez se las vio amanecer a las 7 de la mañana frente al ordenador sin haber pegado ojo. Y no precisamente de fiesta…

Pero la ilusión puede con todo. Y a mitad de esa partida, entre proyecto y proyecto, entre cliente y cliente, nació Decofilia. Primero como un blog (que acabó teniendo vida propia) y luego, como el hijo que quiere ser músico a pesar de que tú te empeñes en que sea abogado, decidió buscar su camino y dedicarse a lo que siempre quiso ser: la transmisión del conocimiento asequible. Enseñar a pescar en lugar de ofrecer pescado. Ya lo hacían offline y lo pasaron al online; de ahí nació este portal.

Comparten: La pasión por el diseño, filosofía de vida, el chocolate negro, los rotuladores de colores, caminar rápido, la incertidumbre y libertad a partes iguales, la devoción por las papelerías, charlas de política y confidencias sobre sobrinos. Bueno, eso y que mientras unos miran si en el menú del día tienen tempura de verduras, ellas observan el encuentro entre el azulejo y la madera o cómo se han ocultado magistralmente los cables del techo.

Divergen: Eva es la optimista, Elena tiene los pies en la tierra. Eva charla por los codos al teléfono y escribe mails interminables, Elena sintetiza hasta límites insospechados. Eva se concentra en silencio, Elena con cascos. Elena es fan del running, Eva siempre acaba por dejar el gimnasio. Eva es de números, Elena de reglas y guías. Eva es de palabras, Elena de imágenes.

EVA RUIZ

TU PROFE

A todos los niños les gusta pintarrajear, pero a mí me gustaba especialmente. En el cole vendía pegatinas de Snoopy que yo misma diseñaba para pagarme los tebeos, ganaba patines en concursos de dibujo a los que me presentaba y me volvía loca cada vez que me regalaban una caja de Faber Castell de tres pisos (esto último aún me sigue pasando).

Aunque siempre fui una esponja para aprender (lo mismo me apuntaba a pintura que a solfeo, a francés que a bailes de salón), esa pasión por el dibujo y una imaginación desbordante guiaron desde muy pequeña mi vocación: la Arquitectura.

Soñaba con edificios imposibles y formas inauditas, pero como en mi juventud no era la cabeza loca que soy ahora sino tremendamente práctica y racional, acabé estudiando Administración de Empresas, la menos vocacional de todas mis opciones pero la que más salidas tenía en una época en la que había mucho paro. Cosas de jóvenes.

Mi primer trabajo, uno muy prestigioso pero totalmente alejado de mi interés, me hizo despertar: nada hay más importante que dedicarse a lo que uno le gusta. Duré un año y ya no hubo vuelta atrás. Cambié el chip, me marché a Roma con una beca y a partir de ahí mi trayectoria ha sido tan heterogénea como yo misma, siempre fiel a una máxima: si no te apasiona, cambia.

Así empecé trabajando como auditora y consultora y seguí como responsable de marketing y relaciones internacionales, conferenciante y formadora. Mientras trabajaba me saqué la carrera de psicología por puro hobby y seguí apuntándome a todo curso que se me ponía por delante: alemán, claqué, trading de futuros, diseño, …

Mi formación heterogénea y un miedo nulo a reinventarme, unido a la compra de mi primera casa (un destartalado y compartimentado piso oscuro que reconvertí en un soleado y maravilloso apartamento), hicieron que a mitad de mi vida profesional tomara la decisión de volver a mis orígenes, llevar a cabo el sueño de trabajar para mí misma y dedicarme a mi pasión más profunda y que nunca dejó de acompañarme en el subconsciente: el diseño de espacios.

Tarde ya para dedicar 6 años presenciales a la carrera de arquitectura (será en otra vida), decidí enfocar mi formación al interiorismo. Vendí mi casa, compré otra más pequeña que también remodelé de cero pasándomelo pipa, y con el sobrante dejé el trabajo y me tomé dos años sabáticos para formarme en diseño interior: interiorismo, infografismo, FengShui, diseño gráfico, fotografía arquitectónica… En uno de aquellos Master conocí a Elena y al acabar me puse manos a la obra para montar mi propio estudio allá por el 2010. El resto de la historia ya la conocéis.

Hoy en día trabajo más que entonces, pero los domingos por la tarde no me pesan y jamás de los jamases me he arrepentido.

Me fascina: Idear (siempre ando maquinando algo), Clint Eastwood, viajar por el mundo más recóndito, el diseño mediterráneo, pintar (tengo por ahí un alter ego), cruzar por el medio de la calle, el picante, cotillear pisos en los portales de compraventa, las historias de la gente extraordinaria, la música negra, aprender, aprender y aprender, las personas de principios y las palmeras secas (sin chocolate).

ELENA GONZÁLEZ

ENTRE BAMBALINAS

Mi hermana mayor quería ser bióloga marina pero yo siempre soñé con tener algún día una papelería. Me encantaba escudriñar entre papeles de colores y pinturas de los más diversos tipos. Perderme entre folios y cartones, pinturas pastel o rotuladores Rotring.

Empecé a sentir atracción por el mundo del interiorismo la primera vez que mis sufridos padres me llevaron al teatro cuando tenía 9 años. Tres Sombreros de Copa, con Luis Merlo de protagonista, fue la obra elegida. Mientras mi hermana se desternillaba de risa, yo sólo tenía ojos para el decorado. Esa impactante experiencia y el día en que a mis 17 años visité por primera vez un IKEA y pensé “qué bonito sitio para trabajar”, me marcarían sin saberlo.

Y sin embargo, aquellos fueron sólo pequeños episodios que quedaron olvidados en el subconsciente, porque cuando me hice mayor no sentía tener una vocación definida. Pero como la providencia siempre actúa en el momento justo (por algo es divina), unas charlas de orientación de unos señores estupendos que vinieron al colegio a presentar las amplias posibilidades del diseño interior como futura profesión hicieron que, como tocada por una varita, mi subconsciente hiciera “clic” y decidiera que eso era justo justo justo a lo que quería dedicarme.

Y así me llegó la vocación. En crudo. Sin avisar. Como esos escritores que tras meses frente a un papel en blanco les viene la musa y se ponen a escribir como locos.

Tras graduarme en interiorismo y pasar un año en un estudio en el que no hacía más que planos, decidí dejarlo y apuntarme a varios cursos para manejar mejor los programas informáticos. Allí conocí a Eva, en el Máster de diseño gráfico y web. Hubo química durante las clases, aunque no volví a saber de ella hasta un año después de haberlo acabado. Mientras tanto andaba formándome en infografismo 3D y practicando lo aprendido a la vez que buscaba un nuevo trabajo.

Por aquél entonces no tenía vocación emprendedora. Mi idea era incorporarme a otro estudio, ni por asomo se me hubiera ocurrido tener una empresa propia tan joven. Por eso cuando Eva me lo ofreció opté por colaborar mientras encontraba otro trabajo. Pero como el roce hace el cariño, el mundo emprendedor me acabó enganchando hasta la médula y a los pocos meses me colgué el título de socia.

Hoy en día trabajo más que entonces, pero los domingos por la tarde no me pesan y jamás de los jamases me he arrepentido.

Me fascina: El verde manzana, la maratón de Nueva York, vencer mi propia marca, hacer jabones y cremitas en mis ratos libres, las palmeras de chocolate, disfrazarme cuando toca, la repostería, el tomate sin sal, el flamenco de Miguel Poveda y los locales con puertas amarillas.

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